martes, 30 de junio de 2020

Confesiones I. Malos pensamientos





Sus orbes avellana buscaron los grises entre la rendija que habría entre ellos. La bendita rendija que maldecía con fuerza por interponerse. La intensidad flotando entre ambos. 

—Padre, he pecado. — Colocó su mano en el orificio que los conectaba y bajo la mirada afligida. No podía continuar. O eso quiso hacer creer.

El masculino sintió aquel aroma hechizante entre el espacio que había entre ellos. Colocó su mano encima de la de ella, dudando ligeramente si debía hacerlo. Apretó con ligereza, para brindarle confianza. Un gesto casual y que no solía hacer muy a menudo, con alguno de sus feligreses con los cuales tenía la confianza. Por lo cual su comportamiento fue extraño pero esta vez lo permitió. Ella lo necesitaba.

Grave error.

—Te escucho.

La castaña alzó la cabeza con vergüenza e hizo una expresión que él no pudo determinar. ¿Vergüenza, pena o suplicio? Se mordía los labios con ligereza y evitaba verlo fijamente, mirando a su alrededor, pensando, dudando o inventando.

—He pecado de pensamiento, he pensado cosas impuras con…cierta persona.— Lo miró entre sus largas pestañas con gran inocencia. —Cosas indebidas, dejando salir mis deseos carnales, mi necesidad.

El poseedor de aquellos orbes grises tragó ligeramente saliva al sentir el aire tenso entre ambos y aquella cosa, no sabia que, que ella desprendía. Cuestión por la cual solía mantener una distancia aceptable y más que necesaria de la fémina. 

De forma normal podía hablarle y tratarla con la rectitud adecuada. Pero ahí, en el confesionario algo cambiaba. Lo sentía en el aire.

El calor se intensificó cuando ella sujetó su mano con fuerza, sintiendo el choque por el toque de las pieles. Se acercó y susurró, mientras su aliento acariciaba su oreja, aquellas palabras prohibidas. 








Tamborileó sus dedos en la madera que tenía presente y que se encontraba barnizada. Había esperado apenas unos minutos pero ya deseaba realmente que él entrara por esa puerta. Jugó con una figura de metal que había en el escritorio y que se balanceaba, moviendo la bola.

En el costado derecho estaba aquella la ropa eclesiástica que usaba en las misas. Realmente no le iba nada bien a su figura. Era bastante joven y usarla le sumaba varios años. Prefería verlo de la forma que vestía en la iglesia entre semana. Comenzó a pensar que tipo de ropa usaría fuera del recinto…¿algo cómodo o tendría clase? Ella se aseguraría de verlo alguna vez, como se había asegurado de estar diario en ese sitio.

Ella había jugado bien sus cartas en ese punto. Había dejado a Rita con unas amigas jugando al bingo, cosa que podría tardarse horas a la anciana y de lo cual había convencido con una voz demandante para deshacerse de ella durante un tiempo, todo eso le concedía unas horas que aprovecharía muchísimo. Aunado a esto se había valido de su  encanto para entrar al recinto sin tener que esconderse o meterse de forma súbita. El sacristán era bastante fácil de pasar.

Observó su alrededor con gran detenimiento, como cada vez que entraba ahí. El mueble de madera a un costado con diferentes figuras de cerámica tan representativas del sitio. El escritorio de roble pulido hermosamente.  La habitación tenía un olor maderoso y denso, similar al que se propaga en la iglesia. Las paredes eran más pálidas que su propio gusto, ella que adoraba los colores vivos. De hecho la habitación no tenía un gran tránsito de iluminación más que los bombillos en el techo. Aunque si la puerta estaba abierta podría permitir que todo tenga más luz además de unas plantas por ahí y por allá.

Linnette por su procedencia adoraba la naturaleza y la luz natural del sol. Esa oficina no le gustaba, es más, nada de ese sitio. Adoración a figuras de cerámicas y seguir reglas que te evitan hacer lo que más anhelas como salir con alguien. Era absurdo  y hasta insultante, considerando que ella siempre hacía lo que quería, cuando quisiera y con quien quisiera. Una sonrisa se formó en sus labios al hacer memoria de todas sus aventuras. Sin embargo ahora no podían significar nada. Ella ahora sabía a quién quería. Había esperado mucho para eso.

La puerta se abrió dejando ver al dueño de sus recientes pensamientos detenerse en la puerta al verla en la silla enfrente del escritorio con total confianza.  Ella se percató que frunció el ceño, mientras suspiraba y titubeaba si debía entrar o abstenerse de atenderla ahí. Terminó entrando, como cada vez que la había encontrado ahí. De seguro maldecía al sacristán por haberle dicho en primer lugar donde estaba su oficina. Dejó la puerta abierta, como siempre que la encontraba ahí. Tomó asiento en el otro lado del escritorio mientras movía las cosas, poniéndolas en su lugar. Era un maniático del orden y se percataba cuando la castaña había jugado con sus cosas.

—Buenos días. — Linnette habló animadamente, sonriendo y cruzando las piernas.

El hombre enfrente suyo levantó la mirada, luego de que acomodará algunos papeles en su escritorio. Sus ojos se clavaron en los castaños con severidad.

— Buen día, ¿qué necesitas? — Hablaba como si no la conociera, aunque sabía que era su intención.

Ella percibió una voz bastante fría salir de sus labios, tan singular en su persona. Linnette levantó la ceja aunque después desechó aquel gesto y acercó su mano a la de él, que estaba sobre la mesa. Fingiendo que jugaba con sus bolígrafos. Su presencia seguía abrumandola, sentía tanto nerviosismo que pensaba que estaba sudando y aquella mirada penetrante la hacía titubear e imaginar cosas indebidas.

Podía imaginarse subirse en el escritorio, tirando todo mientras gateaba hacia él  hasta atrapar sus labios entre los suyos. Esos labios prohibidos, los cuales lo hacían más deseable. Tenerlo encima de ella una vez que sucumbiera a sus encantos. Ella haciéndolo delirar mientras la ropa molesta caía al suelo y esa mirada masculina contemplándola mientras la hacía suya. Su espina dorsal se estremeció con fuerza cuando la excitación se abrió paso en su cuerpo. Se recordó respirar ya que su cuerpo moría de ganas de ser tocado por esas manos que sabía que iba a disfrutar. Necesitaba sentir esas manos en su piel, tomándola con fuerza. Maldita sea.

—He venido a confesarme. He hecho cosas que podrían considerarse incorrectas. — Bajo la cabeza y lo miro entre sus largas pestañas. Seducir.

Sus dedos estaban por rozar los dedos ajenos cuando él alejó su mano y la miró con frialdad. Ella observó el gesto anonadada. Él…se había opuesto a su enchanting. De nuevo. Él de verdad era bastante difícil. La primera vez que sucedió, un par de días atrás, ella no podía caer en ese hecho. Nadie, jamás, nunca se había resistido a ella. Y ahora, cuanto más buscaba tocarlo, intentaba convencerlo de que le faltara al respeto. El simplemente con aquella mirada dura, se alejaba.

Era tan difícil. Sonrió recorriendo sus labios con su lengua. Eso lo hacía aún más deseable.

—Para eso no es  necesario venir a mi oficina, como ya te he puntualizado anteriormente, Linnette. —  Amaba que el mencionara su nombre con aquella voz grave. —  Puedes esperar en el confesionario. Estaré contigo en unos minutos.

El tomó el teléfono que reposaba en el escritorio y marco un número dando por terminada la conversación. No la volvió a mirar. Esas últimas palabras eran por supuesto una despedida, ya que se suponía que no debía estar ahí. Ella lo sabía, que los que entraban ahí era para alguna cuestión eclesiástica, como bautizo, o alguna de esas ceremonias de purificación. Linnette caminó lentamente hacia el confesionario. Recordaba que el primer día no supo a que se refería. Hasta que el sacristán, un hombre castaño con ningun otro atractivo que su amplia sonrisa le dijo con total dulzura su ubicación. Era mucho más amable que el padre mismo y tenia un humor más fácil.

Linnette espero pacientemente en esa pequeña habitación de madera. No había hombre bajo esa tierra que se opusiera a su enchanting. A excepción de él.  Él rompió cualquier esquema y era la excepción de todo. No entendía como era eso posible, considerando que era un truco infalible que ellas usaban.

Su enchanting era una de sus habilidades especiales. Si es que su exuberante belleza y su abrumadora personalidad podrían considerarse habilidades. Ella era hermosa e irresistible. Era consistente de eso y eran las cualidades, junto con su enchanting que la hacían una fatha. Un ser mitológico, exclusivamente mujeres, que vienen al plano terrenal con un único objetivo: salvaguardar su existencia. Aunque tienen una vida longeva, necesitan procrear. Por lo cual buscan hombres humanos, aunque no cualquiera. Sino él, el indicado. Aquel capaz de agitar todo en ellas. Pueden vagar años en la tierra, luciendo como simples humanas. Experimentando con hombres, pero todo se acaba cuando encuentran al que las complementa. Y jamás lo dejan ir de nuevo. Conocía algunas fatha que habían tenido la suerte de encontrarlos con gran rapidez. Linnette no corría con esa suerte, se había quedado atrás por mucho.

Linnette hace años que ha buscado, mezclándose en diferentes poblaciones, en diferentes épocas,  sin éxito. Al inicio no sabia con exactitud que es lo que estaba buscando. Se dejó llevar varias veces con diferentes hombres, pensando que este era el indicado. Aunque siempre terminaba descubriendo, que se había estado engañando. Lo sentía en su interior. Solía aferrarse a la satisfacción que le brindaban y la forma que la trataban. Se arrepentía del tiempo que había perdido con esos hombres. Sin embargo la diversión no ha faltado, que los hombres las rodean como moscas. Y si la oportunidad se da, una fatha no se negará.

Lo vio caminar hacia el confesionario, al sacerdote con aquella ropa diferente a cuando realiza la ceremonia. Pantalón negro y camisa negra, dándole un aspecto bastante enigmático y arrebatadoramente sensual. Tiene algo blanco en el cuello. A la castaña no podría darle más igual, le encanta absolutamente todo lo que está viendo. Sus orbes grises tan penetrantes y misteriosos. Su cabello sedoso que cubría parte de su frente. Su interior se agitó con violencia y apretó las piernas ligeramente. Había llevado un vestido floreado que se ajustaba a su cuerpo. Miraba como el hombre observaba con rapidez sus piernas hasta entrar en la habitación de madera, a un lado de ella. Una rejilla los separaba aunque en la parte de abajo había una ligera abertura. Linnette suponía que era para el contacto de manos.

La castaña tenía algunos días viniendo, sin éxito. Siempre el tan apacible, duro y tan seguro de si mismo que sus ligeras insinuaciones no había servido de nada. Un rápido pestañeo, juguetear con su cabello o sonreírle como solía hacer cuando quería que el corazón de un hombre se detuviera. No parecían surtir efecto en él.  Cada día que salía de ahí, sin éxito. Maldecía a aquel Dios que veneraba, a la virgen y a todos esos Santos que poco a poco estaban colmando su paciencia. Maldita religión que lo alejaba de ella y de lo que más anhelaba.

Y al ir a la iglesia, el domingo siguiente, por su disgusto con aquellos seres, había estado más en el celular que realmente prestando atención. Claro que de fondo escuchar su voz y verlo de vez en cuando, no podía evitarlo. Pero pudo percibir como el se percató de su falta de interés. Era muy observador, algo que notó cuando sus orbes  se fijaban en cosas que otros no veían.

Esta vez intentó con un vestido provocador, algo que esperaba que funcionase. Sonrió al tenerlo a un lado suyos intentando oler su fragancia. La suya, no la de su recinto que odiaba. El incienso se abrió paso con fuerza. Era un aroma…tan penetrante que destacaba entre cualquier otro, así que simplemente dejó de intentarlo.

Habló con bastante lentitud, confesando algunos de sus pecados aunque no contando en totalidad ya que podría ser clasificada como satán. Él la escuchaba con atención, sin interrumpir. Sin mirarla tanto. Aunque ella lo sabía.

Él estaba nervioso.

Tantos intentos fallidos y de tanto estudiar a su objetivo, podía determinar que su presencia lo alteraba. No sabía si era algo bueno o malo, pero a fin de cuentas, ocasionaba algo en el y podía trabajar con eso. El espacio entre ellos era tenso y ella buscaba sus ojos con gran esmero, fingiendo sentirse mal. Afligida. Derrumbaba. Él pensaba que estaba arrepentida.

Linnette dejo salir unas lágrimas que descendían por sus mejillas. Vio a Noah buscar entre sus bolsillos y extenderle un pañuelo. Ella acercó su mano y rozó la de el cuando tomó la tela. Una electricidad se desató en su cuerpo, dejándola fuera de si misma. Sintiendo la necesidad abrumante abrirse paso. Dejo salir un suspiro y lo busco con la mirada. Él no la estaba observando. Veía un punto inexistente, a la par que había alejado su mano. 


Él le dio su sentencia, bastante severa considerando el pecado que le había confesado. Solo eran pensamientos impuros. Con él. Aunque si el se enteraba de eso, terminaría diciéndole que se quedara horas repitiendo oraciones. Salió junto a ella, para después perderse en la parte trasera de la iglesia. No había más gente para confesarse. Ella había escuchado que mayormente iban el sábado a decir sus males, aunque no iba mucha gente. No con la frecuencia que lo hacía ella misma. Cada día, a la misma hora y de la misma forma.

Linnette se arrodilló en las bancas mirando enfrente. Debía rezar o eso le habían dicho, como un pago por tus pecados. Para que el señor viera tu arrepentimiento. Pero ella no se arrepentía de nada, por lo cual siempre veía a la nada, esperando un tiempo suficiente y ser creíble en todo ese teatro que hacía para poder acercarse a Noah.

Noah Rusbell.

Ese era su nombre.

Santo nombre, le iba bastante bien y más cuando lo repetía en su cabeza una y otra vez. Era bastante joven y hace un par de años había llegado a la parroquia.  El sacristán, Sebastian según le dijo que se llamaba aunque podría no podría interesarle menos, le informó por voluntad propia de eso. Sebastian la miraba con aquellos ojos que parecía que si le dijera que ladrara, lo haría sin pensar. Si tan solo podría lograr eso con Rusbell.

Jugueteó con el pañuelo en su mano, tenía bordado sus iniciales en el. Lo acercó a su nariz discretamente, atrapando por sus fosas nasales el aroma que se desprendía de él. Algo golpeó en su estómago y dejó salir un suspiro satisfecho. Era su aroma.

Se levantó acomodando su vestido de forma casual. No entendía que es lo que estaba haciendo mal. Frunció el ceño. Estaba usando todo lo que sabía y que había probado con anterioridad en otros hombres. Nada servía. ¿Acaso el jamás caería a sus encantos? Estaba saliendo del recinto cuando lo encontró en el patio de adelante regando los árboles que daban un poco de vida a la iglesia.

Se acercó hacia él con lentitud, sonriendo, mientras de llevaba su cabello tras la oreja.

—Hasta mañana, Noah. — Susurró con tanta confianza que el se detuvo y la observó.

Sabia que nadie le llamaba por su nombre más que el sacristán. Ella simplemente esperaba alguna reacción de su parte. Algún gesto, algo que le sirviera.

—Hasta mañana, Linnette. — La satisfacción se abrió paso al no recibir comentario negativo y escucharlo decir su nombre, algo que no solía hacer con frecuencia.

Solía decir hermanos  a la gente cuando era estrictamente necesario. Si el caso era diferente solamente era amable, sin excederse ya que todos ahí sabían que era bastante serio y educado. Un caballero. Cosa que hacía suspirar a varias mujeres del pueblo. A ella, claro que le encantaba. Que el fuera tan amable y un caballero a la antigua tal que podría brindarte un pañuelo cuando una dama lloraba. Pero igual quería ver su lado más oscuro, indebido. Ese lado que nadie más que ella conocería. O que Linnette le haría experimentar por primera vez. 

Por qué se decía que los padres eran vírgenes. Jamás habían experimentado algo tan vulgar como el sexo ya que su amor y devoción estaba enfocado en su señor. Ella quería arrebatarle eso y darle mucho más, algo más placentero que una castidad. Hacerlo temblar como él lo lograba con solo pronunciar su nombre.

Estaba por dar la vuelta e irse ya que las despedida había sido claro, cuando lo vio. Se estremeció toda la médula, hasta cada una de sus células  y abrió la boca con gran sorpresa. Tan ligero, tan mínimo y casi imperceptible, podría decirse que no existía, casi, pero ahí estaba, por leve momento.

Duda.

Linnette contuvo el aliento y sintió su cuerpo pesado. Eso, solamente eso necesitaba. Sin embargo al ver su reacción, la mirada de Noah se cerró impasible, sin acceso, tan fría y seria como siempre

—No traigas de nuevo ese tipo de ropa. —Su voz bien controlada pronunció aquellas palabras, aunque sus ojos eran otra historia. Evitaban bajar la mirada. Ella sabía que si lo hubiese hecho, hubiese revelado mucho en sus ojos. Se abstenga de sucumbir a las necesidades humanas de apareamiento. Que duro. Le gustaba aún más por eso. Su firmeza y como se oponía con fuerza a su enchanting. — No está permitido.

Linnette contuvo una sonrisa entre sus labios y simplemente dio media vuelta, agitando la falda del vestido. Sin poder contenerse en nada, dejó salir una pequeña risa luego de alejarse lo suficiente para no ser escuchada.

Podría ser que simplemente fuera verdad, que no estaba permitido pero el hecho de que simplemente lo dijera, daba por sentado que lo había incomodado. O lo había tentado. Algo que ella estaba rezando que hubiera pasado. Los hombres suelen sucumbir primero que nada a lo carnal del cuerpo, siendo llamados por eso, seducidos. Una vez que son atraídos, su atención está fija en ella, puede terminar enredándolos para que no puedan escapar más. 


Y de esta forma, ella podría comerse la fruta más dulce de forma lenta y placentera. 

 


¡Hola queridos!
Con ustedes el siguiente capítulo,  espero que les guste y que acepten este gran proyecto que aunque podría ser un poco diferente y prohibido...eso es lo interesante. Me entusiasma mucho escribir sobre esto y espero que lo disfruten tanto como yo al escribirlo.

1 comentario:

  1. ¡Hola! ¡Jo! ¡Qué capítulo! Ha estado muy lleno de todo. Linnette parece ser bastante confiada de que va a lograrlo todo con él, aunque Noah no parezca tener interés... ¡se fijó en ella! Aish, me emocionó eso <3 aunque me late que en vez de ir con algo que cubra más, le caerá con una faldita más corta.


    ¡Un abrazo!

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