martes, 26 de noviembre de 2019

El tiempo que sea necesario [Gym para escritores]





Me detuve con gran premura en los límites de la ciudad con la ansiedad destilando de mi cuerpo débil que era tan pálido como el marfil. Las respiraciones entrecortadas brotando de mis labios agrietados, los ojos saliendose de las propias órbitas, observé mis manos temblar sin algún indicio de sutileza. Podía sentirlo, justo ahora, en todo maldito momento, desde hace más de un par de meses, aunque el cansancio y el desgaste de mi cuerpo podrían indicar que sucedía hace años, esa tortura que estaba consumiéndome,


Gotas cristalinas acariciando mi piel al caer mezclándose entre mi cabellera, mientras esperaba con la atención en un punto inexistente a sentir aquello que tanto anhelaba, lo cual desde hace un tiempo suplicaba con  lágrimas en los ojos. Permanecí en ese sitio sin mover algún musculo durante lo que parecieron horas o posiblemente algunos minutos, ya en esa situación el tiempo era tan relativo, mis músculos rígidos por el agua fría que se filtraba por mi ropa empapada y justo en ese momento sucedió. La soledad aplastante y el sonido de las gotas cayendo en mi cuerpo.

Una risa histérica brotó de mis labios ante tan sensación como ninguna otra, y cuando mis músculos reaccionaron de la tensión, mis pies se movieron dando la vuelta para perderme entre la lluvia que acariciaba mi piel como pequeñas caricias y haciendo un eco sordo y realmente satisfactorio, cuando todo parecía estar tranquilo, giré sobre mis pies, mis ojos encontraron una figura que provocaron que  el alma escapara de mi cuerpo y un escalofrío doloroso recorrió mis extremidades.

Ahí estaba, como siempre, como hace unos segundos y como hace tanto tiempo, observándome con esa expresión de ira contenida, terror marcado y una gran perturbación, presente en mi día desde el día en que la maté.

Realmente no me arrepentía de haberla apuñalado una y otra vez hasta que mis músculos se contrajeron por el cansancio, ni aún ahora al visualizar aquel liquido escarlata manchando mis manos, eso realmente desatado una corriente excitante a mi organismo, sin embargo, a este punto, de haber sabido lo que vendría...

Aquel día había despertado con una felicidad embriagando cada partícula de mi cuerpo, podía escuchar las aves cantando desde la ventana y el sol filtrándose entre las cortinas. Hasta el café tenía un mejor sabor. Aquel día pasó especialmente rápido y antes de poder darse cuenta el cielo se había oscurecido con violencia, con nubes oscuras cubriendo cualquier estrella que quisiera resplandecer. Cerré los ojos esperando conciliar el sueño, aunque la ansiedad gustosa de su acción del día pasado me lo impedían. Y justo en ese momento entreabrí los ojos a la par que un rayo surcaba el cielo resplandeciendo todo por un segundo y dando pie a  ver con total claridad.

Ahí de pie junto a la cama, estaba ella observándome con las cuencas vacías, la ropa impregnada de escarlata y el olor a oxido inundando todo el cuerpo, la mandíbula entreabierta, rota. Un gritó escapó de mis labios mientras toda la sangre escapaba de mi cuerpo, sintiendo un frío de muerte en la habitación, en las sabanas de la cama ¡en mi cuerpo!, cerré los ojos con gran premura. En ese momento me percaté que ningún sonido salia de mi garganta y cuando me detuve, esta se encontraba por completo seca. Con una nube de confusión en mi cabeza y pensando que mi mente me jugaba una mala jugada, abrió los ojos encontrándola con la cabeza inclinada a un lado y una sonrisa amplia, salpicada en sangre y oscura surcando sus labios. En ese momento una gran arcada se originó en la boca de mi estomago y vomité con violencia, sintiendo la acidez quemando mi ya dañada garganta. Me levanté con las piernas temblorosas, el miedo congelando mis músculos y ese estremecimiento que no me dejaba en paz. Mis piernas perdieron fuerza una vez que estuve de pie y caí al suelo sobre mi trasero. Mis labios resecos y la boca sin una gota de saliva, levanté la mirada, observando como se acercaba a mi ubicación. Retrocedí aún en el suelo, con las lagrimas picando mis ojos, deslizándose por mis mejillas y sintiendo la heladez haciendo peso en mi, intentando petrificarme.

Retrocedí hasta que mi cuerpo chocó con la pared, mi corazón en una carrera desenfrenada que dolía a cada latido, el sonido llegando hasta mis orejas, aquel bombeo de sangre parecía que pararía en cualquier momento, realmente lo hubiera preferido y más cuando ella se acercó hacia mi extendiendo su mano. Y mi corazón se detuvo, hundiéndome en una oscuridad asfixiante.


Las horas transcurrieron cuando la luz del sol, entró por la ventana, los rayos de luz acariciando mi rostro, haciéndome despertar. Sobresaltado me incorporé sintiendo mis músculos entumecidos y la fatiga llenando mi cuerpo. Alarmando miré a mi alrededor en busca de la última imagen antes de desmayarme y una vez que me cercioré de que su presencia no estaba ahí, dejé salir el aire que había estado conteniendo.

Había sido un juego de mi cabeza, una maldita broma, debía dejar de tomar energéticos, eso me alteraba de sobre manera. O eso había pensado.

Hasta que llegó la noche y su presencia súbita provocó que la taza de café en mis manos ascendiera unos metros en el aire hasta estrellarse en el piso con fuerza. Las manos temblando y mi corazón en esa carrera descarriada, los quejidos saliendo de mis labios junto con el miedo brotando en forma de sudor empapando mi camisa. Intenté retroceder chocando con la pared próxima y en un solo parpadeo ella acortó la distancia entre nosotros y llevó su mano a mi rostro. Grité cual cobarde, como perro lastimado y sollocé con miseria, ella atinó a sonreír con gran amplitud.

Y en ese punto, cada noche se aparecía frente a mi, a pesar de que sabía que vendría su presencia originaba en cada ocasión el sudor aperlando mi rostro y mis manos temblar sin control, una maldita sensación de terror en cada partícula de mi cuerpo. Cada noche, antes de que el sol de ocultaba, intentaba rezar en vano, suplicando a cualquier maldito Dios que escuchara mi miseria y se apiadara de un maldito desgraciado. Jamás fui escuchado, por mis pecados. Y lo supe.

Al mirarla con los ojos dilatados y la piel grisasea, putrefacta, los labios inexistentes y la boca por completo negra, en cada una de sus facciones se apreciaba. Ella buscaba venganza.

La espera inaguantable al que el sol se escondiera destrozó mi sistema, no podía comer. Intentaba dormir en el día, sin éxito al cerrar los ojos y visualizarla de frente a mi, no podía descansar, ni comer o devolvería todo al instante siguiente, hasta el propio liquido, aunque la misma comida no entraba a mi organismo, parecía que mi estomago se había cerrado por completo.

Desesperado al sentir mi cuerpo sin fuerzas de poder moverse, mis mejillas hundidas y mis ojos saltones, llamé a un exorcista al cual le pagué lo que me quedaba del dinero que me dieron al liquidarme de mi trabajo. El tipo dijo muchas palabras, profirió muchos hechizos, lanzando agua bendita y mucha mierda más a la casa. Todo eso resultó en pura basura, confiado de haber terminado ese calvario me recosté en la cama, como hace semanas no había logrado hacer y dispuesto a cerrar mis ojos, la sentí a mi lado. Mis dientes castañetearon y me levanté de un salto cual conejo, mientras las lagrimas descendían de mi rostro embriagado en impotencia.

Le supliqué que me dejará, que se alejará, la maldije y la insulté tanto como pude, lanzandole cual objeto alcanzara mi mano inútilmente ya que todos la atravesaban estrellándose en la pared, haciéndose añicos, pero aquella expresión desesperada en su rostro y sonriendo con delicia ante mi suplicio, jamás desapareció de su rostro.

Y así fue una y otra vez, apareciendo cual persiste plaga, con premura, sin fallar en ningún día. Hasta que en una ocasión, luego de algunos meses, su presencia comenzó a menguar y no la sentí durante una semana. Semana que me supo a una maldita gloria, una semana donde pude dormir apenas, con miedo a que apareciera y despertando por las espeluznantes pesadillas en mi interior. Pero a fin de cuentas, pude recuperar algo de fuerza e introducir un poco de alimento a mi organismo, el suficiente para que mi orina dejará de ser marrón. El suficiente para que el persistente pensamiento de querer morir, dejar de luchar o terminar con mi vida me abandonará y una leve esperanza brotará en mi interior, un destello de ganas de vivir.

Ese había sido su carnada y yo la había mordido. En el octavo día apareció nuevamente, con una sonrisa más amplia de lo normal, con las mejillas cortadas. Y en ese punto lo entendí, ella quería darme ese apice de esperanza para arrebatármelo de nuevo, tal parásito. Mis labios temblaron, cerré los ojos mientras repetía una y otra vez la misma palabra.

No, no, no.

Eso no podía ser posible. Y ese mismo suceso se repitió un par de veces más en lo restante del año, hasta entrado el invierno. Esa noche tras cubrir mi rostro con mis manos esqueléticas ante el suplicio, un deje de valentía, que ignoraba que aún existiera, me plasmó un solo pensamiento en mi cabeza. No soportaría esa mierda, ya no más.

Corriendo tanto como mi cuerpo me lo permitió, salí de aquel maldito departamento, escapando de todo, de ella, de la miseria mientras el frió viento congelaba mis músculos atrofiados, hasta llegar al puente límite de la ciudad.

Lagrimas de desesperación brotaron de mis labios y un quejido acompañado de mi respiración rápida, el cuerpo perdiendo fuerza vital, mi corazón en una marcha desenfrenada y dolorosa, cansado de latir tanto tiempo. Con el temor nublando cada uno de mis pensamientos, cansado de la agonía en la cual se había convertido mi vida y el sentimiento embriagante de mandar todo al diablo, subí al barandal del puente, dispuesto a lanzarme y acabar con toda esa mierda.

No soportaba más todo esto.

El sudor escurriéndose y mezclándose con el agua de lluvia, mis musculo paralizados, pero me forcé a moverme. Con una sola mirada la observé a mi lado con una sonrisa tétrica en sus labios y sus ojos penetrantes sin alejarlo de mi acción, con gran satisfacción. Abrí los ojos anonadado de comprender la situación.

Siempre había sido su intención, llevarme al límite, jugando conmigo de esa forma hasta orillarme a acabar mi vida donde ella tendría acceso completo, siguiendo cada uno de mis pasos, quitándome el sueño y generando esa ansiedad aplastante, haciéndome sucumbir.

Con la respiración agitada lo decidí, no podría dejarla hacerme esto y a punto de bajarme, huyendo de una muerte condenada al sufrimiento, decidí aferrarme a una vida miserable, con ella a la espera de cumplir aquello que la mantenía ahí. Aunque realmente morir o vivir ahora era lo mismo, una completa mierda, y ella lo sabía, ella se había encargado de llevarme el infierno hasta mi, pero ella se mantendría ahí, hasta que el día llegase y pudiese lograrlo.

Reclamarme y esperaría el tiempo que sea necesario.




¡Hola queridos!

Aquí sigo con la actividad de Gym para escritores y esta vez con la semana una que se basa en esperar algo bajo la lluvia y salió esto tan diferente a lo que acostumbro a escribir. La actividad fue iniciada con el blog soñandounodetussueños muchas gracias por tan buena actividad.

Espero que les guste el escrito y me puedan dejar los comentarios <3












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